SUPERMAN
Lejos de la multitud, la fama y de las luces, el hombre de acero se levanta a las 5 de la mañana, de puntillas, para no despertar a sus dos pequeños hijos que descansan juntos, arropandose del frío en una sola cama.

Su esposa Luisa le ha dejado el desayuno listo, un pan con mantequilla y otro con queso, junto a la humeante taza de té que por ratos parece volver a encenderse bajo su atenta mirada.
Hoy es viernes, día de mucho tráfico, de embotellamientos y colas interminables y suspira pensando en toda la carga que tendrá que enfrentar.

Apurar el tráfico, detener a los autos con una sola mano, volar de calle en calle para permitir el ingreso de los peatones, correr como el viento y detener a los delincuentes, proteger a los niños, jóvenes y ancianos de las amenazas que llegan diariamente a las puertas de la residencial.

Cada vez se le hace más difícil cumplir con todas las tareas. Ha sentido el peso de los años, mucho más en invierno, cuando hay que aguantar además del frío, el cansancio. Ha pensado en retirarse y dejar la posta a otros, pero parece imposible.

Nadie quiere correr el riesgo, nadie quiere ir hasta esa zona y por ese sueldo. Pero sobretodo (y él lo sabe mejor que nadie) si no es él ¿quien más se encargaría?.

De camino al trabajo, mientras esconde la capa envejecida por la batalla de los años, el hombre de acero cierra los ojos y espera, espera y piensa casi avergonzado, en el día en que volverá a ser clark kent, un tipo sencillo y normal, un hombre común y corriente.
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