CONCILIACION

El grupo sentado en carpetas de madera, alineadas una al lado de la otra; bordeando el salón rectangular. La espera prolongada para la práctica final. El ambiente diferente, alquilado a último momento para terminar la clase pendiente. El aula ahora más pequeña, los asientos formando el escenario para la representación de la audiencia.

El reconteo de las horas que han pasado lentamente, ahogando los animos que permanecen aún cansados por la malas noches vividas de estudio para pasar los exámenes y terminar el trabajo final.

El recuerdo de la primera clase, el saludo distante, las preguntas de rigor para no parecer un extraño. La convivencia obligada de las tareas, las opiniones diferentes, la risa de cortesia, el silencio.

La rutina alterada por el nuevo horario, levantarse temprano el sábado y domingo, romper con el descanso acostumbrado.

Salir con prisa a tomar el colectivo. Acomodarse en los ultimos asientos, preparar los panes, tomar el café, el desayuno improvisado en el camino para llegar a tiempo a la clase distante. Sentir el deja vu de la imagen repetida de si mismo subiendo al omnibus, la misma secuencia vivida diez años atrás.

El tiempo que ahora se ha detenido. Las indicaciones de la practica final que ahora no es individual ni de grupos sino de todos contra uno. De uno contra todos. Una especie juicio final sin derecho a opinión.

El elegido es señalado y entonces, empiezan las palabras a cortar el viento, frases lanzadas al vuelo, que se van abriendo como petalos en las manos, el rostro, el cuerpo de cada alumno.

Y ocurre entonces la reacción. La sensación repentina de pertenencia. La sonrisa involuntaria, un súbito nerviosismo de cuerpo, el alma del espectador emocionada ante la verdadera persona, que recibe el comentario de todos y que ha cambiado, que ya no es la misma.

El grupo sincerado por primera vez. Las palabras gentiles colándose de los malos pensamientos.El juicio que les llega a todos, sin excepción. El reconocimiento de las virtudes encontradas, del sacrificio propio y ajeno. El aplauso final, el abrazo múltiplicado por veintiocho, la cálidez insospechada, el comentario amable, la certeza de estar perdiendo algo, algo valioso y de pronto ya no hay tanta prisa de irse como hace unos minutos.

Despedirse de todos, tratando de no perder la calma. Caminar hasta la avenida. Subir al omnibus, con la música en los oidos y tener la certeza de haber logrado sobrevivir. Aferrarse fuerte del pasamanos y avanzar, avanzar mirando la carretera alejarse con el alma ennoblecida, hasta el próximo destino.
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