SELLO

La espera era lo de menos. Tener que llegar luego del largo viaje, hacer la cola, esperando que fuera más corta que la vez anterior, desilusionarse de nuevo al verla crecer cada vez. La revisión de rutina, la mirada de los guardias auscultándola de arriba abajo, mantener la mirada neutra tratando de no decir nada, de no mostrar señales de temor o de cólera.
Permanecer indiferente ante los murmullos, ver las puertas metálicas acercándose cada vez más, los barrotes sobre la cabeza colocados a una altura imposible. El olor de la gente apretándose al ingreso. Y la bolsa que ahora pesa cinco kilos demás lastimándole las manos, marcando nuevas cicatrices que aún no llegan al corazón.

Mañana ya serian tres meses de ausentarse los jueves al trabajo y acudir a las sesiones insoportables en el juzgado. De releer por enésima vez los cargos y comprobar infundadas las acusaciones. Noventa dias que se habían pasado volando, como en un suspiro. Y pensar que antes las aglomeraciones de gente la sofocaban, que no soportaba siquiera la idea de viajar en omnibus. Que todo lo que pedia le era concedido, como si pronunciara las ordenes al genio de una lámpara mágica.

La llegada hasta la celda, el recuerdo de la última imágen, las miradas encontrándose de nuevo. Verlo un poco más delgado, con la media sonrisa tratando de aparentar tranquilidad. Iniciar con las preguntas de rigor: sobre su salud, sus achaques, saber si lo estaban tratando bien.
Soportar ella ahora el interrogatorio. Las respuesta guardadas para no empeorar las cosas: "si, estoy bien, no te preocupes" -(hoy me senti terrible, la espera se me hizo insoportable)- "claro, la otra semana puedo traerte un poco más de ropa" -(¡¿maldición, porque me haces venir hasta aqui?¡)- "si, sabes que te quiero" -(¿Y si a mi me pasara lo mismo, vendrías a verme como yo lo hago?).

El tiempo transcurrido a cuentagotas. Las últimas recomendaciones antes de partir. Memorizar lo que falta para conseguirlo la próxima vez. Volver a la fila, aguantándose otra vez la pena, recuperar su identidad, tantas veces prestada. Pisar la calle nuevamente, y sentir el alivio de la libertad en cada respiración.

El regreso a casa. Los afectos quedándose en el camino y el sello en el brazo volviéndole a quemar la piel. Los dedos mojados buscando atenuar las marcas. El recordatorio innegable de su visita semanal. El suspiro de resignación ante la piel enrojecida. Y los ojos ya débiles por el cansancio, abiertos completamente para no traicionarse. Y asi poder terminar el viaje desolado y repetido que la devuelve a la realidad.
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