CUMPLEAÑOS

La vela apagándose lentamente al contacto con la suave brisa. El abrazo de los tios, primos y abuelos. El rostro de mamá que sonrie, nervioso. Las palabras de su niña breves, distantes, casi como susurros. Las erupciones inocultables de la piel, más notorias aún ante la luz encendida. Marcas rojizas que se volverán llagas y van quemándole el estómago, los brazos, marcando el rostro tierno y lozano como las heridas de un adulto.

El intento inútil por revertir el proceso. La negligencia del médico (hoy aqui, mañana muy cerca) faltando por enésima vez al juramento hipocrático. El virus que deteriora el cuerpo y va menguando los animos, que fulmina el alma de mamá ante la evidencia de lo inevitable.

Difícil imaginar la muerte a los diez años. Increible pensar que lo correcto se convertiría en fatalidad. Imposible saber de la afección del cuerpo, que prohibía tener cualquier contacto con la vacuna.

Las horas desesperadas de angustia en el hospital. La resignación adelantada ante el dolor. El llanto incontenible ante el desenlace final. Los ojos de la madre enrojecidos, contemplando la imagen de su niña por última vez. El recuerdo del último abrazo, el último aliento, el último cumpleaños.

Y la pregunta de su segundo angel, la más pequeña, que la parte en dos como un rayo, fulminante. Y trata de permanecer de pie mientras las velas de cumpleaños se encienden nuevamente y busca dibujar una sonrisa, muerta en vida; sin quebrarse el corazón.
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