REGINA

Siempre me gusto proteger a la reina. Como amante del ajedrez, en cada partida condicionaba el tablero para que ella fuera la protagonista y desplegaba todos mis esfuerzos para que sea ella quien diera la estocada final.

Me gustaba ver la angustia de los retadores, el pase de la subestimación a la sorpresa cuando se veían derrotados y no podian creer que una jóven de 17 años les pudiera ganar a los más experimentados. Mi padrastro fue quien me enseño a jugar y al ver mi talento contrato un maestro particular.

Fue justamente en nuestro último encuentro, antes de su muerte, que me entregó un sobre con el apellido de mis verdaderos padres. Me propuse encontrarlos, averiguar las circunstancias de mi adopción. Traer de regreso los recuerdos que se habían borrado de mi mente.

En las afueras de la ciudad encontre la casa donde vivieron y donde aún habitaba mi madre. Su cabello estaba ya canoso por los años y tenia un andar apuradizo, que me hizo recordar el mio. La seguí a la iglesia y luego al comedor municipal donde me atrevia hacer mi primer movimiento.

Me senté frente a ella y me miro de arriba abajo, excusándose de no poder hablar con extraños, apurando la comida que ya estaba fría y al momento de irse el dependiente me susurro al oido que ella era una asesina-estuvo en la carcel por matar a su esposo- pero eso ya lo sabia.

Habia aprendido que era una obligación conocer acerca de los rivales, saber sus gustos, sus manias. Todo aquello que lo podia influenciar y que luego se veia representado en pequeñas partes encima del tablero. Todo ese conocimiento adquirido para encontrar un punto débil y vencer sin miramiento.

Y lo que yo sabia era que mi madre me habia salvado de una violación: de la violación de mi padre cuando tenía dos años. Y los periódicos locales dieron cuenta del hecho. Me entregaron en adopción y mi madre decidio no comunicarse más conmigo. Me fui a vivir con ella, llevando mis libros, mi música y mi computador portatil para seguir jugando. Me conto como aprendio a sobrevivir en la carcel, que era buena en matemáticas, que nunca paraba de llorar y que me parecia a mi padre por mis cabellos claros.

Fue entonces, que tuve la pesadilla, luego de haber perdido con un oponente fácil, que me tendió el anzuelo ofreciéndome su reina cuando eso significaba perder el juego. Fue esa noche que recorde lo que habia sucedido. Como mi llanto incesante había desesperado a mi madre y al no poder controlarme, me sumergió en el lavado, con la boca tapada. Mi padre entró en ese momento, recriminandola por su acción y tratando de calmarla. Y entonces mi madre le hundio el cuchillo de cocina tres, cuatro veces. Ahora lo recordaba todo y senti el miedo terrible, el miedo que se siente cuando te enteras de la verdad y no puedes aceptarla.

Huí de la casa, con miedo a que mi madre me siguiera, a sus represalias, pero no aparecio. Carlo me encontro bajo la lluvia, -me había seguido desde que le conte que me reuniría con mi verdadera madre- llorando incoteniblemente y nos alejamos de alli para siempre. Días después recibi una carta donde mi madre me decia lo mucho que me queria y que no me reprochaba por no haberme quedado a su lado. Me agradecía porque los pocos momentos que pasamos fueron los mejores de su vida.

Frente al tablero Carlo acaba de hacerme jaque mate y no se lo puede creer. Me dice que le he dejado ganar y le digo que no, que no me he dado cuenta.-Ni siquiera te has enojado- me reprocha, y entonces en un arranque alzo el tablero y las piezas vuelan sobre nosotros y le repito -si, estoy furiosa vez? furiosa¡¡¡- y suelto una risa nerviosa, mientras aprieto la reina blanca que tengo oculta en mi mano, y que guardo celosamente hasta la próxima batalla.
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