PÉNDULO
La cuerda moviéndose de un lado a otro, oscilante. El vaivén que marca la pausa, el ritmo de los minutos que pasan, lentos y angustiosos. Ayer habia sido el día perfecto. Levantarse al alba a llenar los baldes de agua para cocinar, ponerse rápido el uniforme doblado prolijamente sobre la silla.
Pasarse el peine por la cabeza, el cabello duro, las manos encallesidas, los ojos vivaces que no pueden contener la emoción del último día de escuela.

La llegada al salón, el recuerdo de los juegos, de los trompos, la cometa. El timbre de las 8 devolviéndolo a la realidad. La entrega de la libreta, la espera interminable. Los rostros de alivio a su alrededor y la fatalidad y el temblor en sus ojos al ver los colores que no mienten y que permanecen sobre la cartulina azul, por más que pase el dedo sobre los números una y otra vez.

El bullicio del fin de curso, la tarde que cae. La imagen de los techos de adobe que se van formando en el horizonte a cada paso. El recuerdo de su padre, la decepción de mamá. La correa zigzageando en el aire, agitándose como una serpiente y la mordida dura y dolorosa sobre el muslo, las manos, la cabeza, el corazón.

El llanto contenido, las explicaciones que no alcanzan, la decepción absoluta a pesar de sus esfuerzos; de estudiar hasta tarde a la luz de las velas, de aguantar la fiebre incontrolable, de soportar el hambre aprendida con el diario vivir.

La última caminata hasta su cuarto, escudriñar desde lo alto y observar lo mucho que falta por conseguir. Preparar el lazo, apretarlo fuerte, con rabia, lastimarse, buscando olvidar el verdadero dolor.
Caminar hasta el borde de la silla y enfrentar al péndulo que lo mira saltar sin titubeos;inexorable, derrotado, invencible.
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SUPERMAN
Lejos de la multitud, la fama y de las luces, el hombre de acero se levanta a las 5 de la mañana, de puntillas, para no despertar a sus dos pequeños hijos que descansan juntos, arropandose del frío en una sola cama.

Su esposa Luisa le ha dejado el desayuno listo, un pan con mantequilla y otro con queso, junto a la humeante taza de té que por ratos parece volver a encenderse bajo su atenta mirada.
Hoy es viernes, día de mucho tráfico, de embotellamientos y colas interminables y suspira pensando en toda la carga que tendrá que enfrentar.

Apurar el tráfico, detener a los autos con una sola mano, volar de calle en calle para permitir el ingreso de los peatones, correr como el viento y detener a los delincuentes, proteger a los niños, jóvenes y ancianos de las amenazas que llegan diariamente a las puertas de la residencial.

Cada vez se le hace más difícil cumplir con todas las tareas. Ha sentido el peso de los años, mucho más en invierno, cuando hay que aguantar además del frío, el cansancio. Ha pensado en retirarse y dejar la posta a otros, pero parece imposible.

Nadie quiere correr el riesgo, nadie quiere ir hasta esa zona y por ese sueldo. Pero sobretodo (y él lo sabe mejor que nadie) si no es él ¿quien más se encargaría?.

De camino al trabajo, mientras esconde la capa envejecida por la batalla de los años, el hombre de acero cierra los ojos y espera, espera y piensa casi avergonzado, en el día en que volverá a ser clark kent, un tipo sencillo y normal, un hombre común y corriente.
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HOY
Hoy me decido a confesarme algunas cosas. Mis aciertos, mis sueños, esos momentos que me convirtieron en quien soy ahora. Difícil no trabarse ante la confesión, ante la realidad de las cosas que suceden y que se transforman en experiencias, buenas y malas. Pero lo intentaré a partir de ahora. Me volcaré a esta página para decir aquello que me atormenta, que me hace alterar, pero también, para escribir sobre las cosas que me hacen creer que el mundo puede ser un lugar mejor. Aunque sea por un segundo. Con un par de palabras por lo menos. Un par de frases para cambiar una vida.
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