RIMEL
De pie frente al espejo la pregunta siempre era la misma: ¿Cuándo sería el fin de todo esto...?. Se reviso las manos, recien arregladas, el cabello oliendo a primavera debajo de la gorra. La piel blanca perfumada de vainilla, las pierna perfectamente depiladas, contorneadas y suaves, delineándose debajo del buzo.

La despedida rápida para no levantar sospechas. Un beso echado al vuelo mientras mamá terminaba de lavar los platos. Por Esteban no había que preocuparse. El Playstation lo mantenia entretenido desde hacia un mes y las salidas eran más fáciles, sin las preguntas impertinentes de su hermano.

La caminata hasta la avenida, siempre a media luz, descuidada a pesar de las quejas de los vecinos a la municipalidad. -Hasta acá no llegan comadre- había escuchado decir a Doña Zoila y tal vez era cierto. Dos muertes en las últimas semanas hacían prevalecer las sombras y añorar la luz cada vez más lejana.

La mano levantada para el taxi, la carretera comiéndose los miedos y las vergüenzas. La llegada al hotel, la confirmación de la cita. La espera en el corredor entre las espirales de humo. El ingreso del hombre, discreto y sin levantar sospechas, el cáculo rápido para resumir lo esencial: cuarentaitantos años, buen porte, buena posición económica; con esposa fiel e hijos en la universidad.

El contacto inicial, la conversación salida de una pelicula vista ya cien veces. El ascenso al cuarto, la tercera copa de vino. El cabello ahora suelto cubriendo su desnudez. La contemplación del hombre, rendido ante la belleza absoluta. El deseo del cuerpo, buscado y encontrado, el beso húmedo, prohibido y ajeno.

La mano de mujer (que ahora no es su mano) guiando sus movimientos, colocándo sus deseos en el lugar exacto, empezando el ritual aprendido con habilidad, el lanzallamas quemándole la piel y el alma. El deseo supremo envolviéndolos como dos amantes, tan cercano a la gloria, tan parecido al amor.

La última copa antes de irse. El suspiro de tranquilidad al momento de ver al hombre coger sus ropas y retribuir generosamente el viaje y su compañia. El dinero resguardado dentro de la truza, el último retoque en el baño, el camuflaje que la hara regresar sana y salva. Y la pregunta flotando en el aire nuevamente, mientras seca la humedad de su rostro, y detiene el rimel que empieza a caer sin pausa, sobre su rostro inconsolable.
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