PÉNDULO
La cuerda moviéndose de un lado a otro, oscilante. El vaivén que marca la pausa, el ritmo de los minutos que pasan, lentos y angustiosos. Ayer habia sido el día perfecto. Levantarse al alba a llenar los baldes de agua para cocinar, ponerse rápido el uniforme doblado prolijamente sobre la silla.
Pasarse el peine por la cabeza, el cabello duro, las manos encallesidas, los ojos vivaces que no pueden contener la emoción del último día de escuela.

La llegada al salón, el recuerdo de los juegos, de los trompos, la cometa. El timbre de las 8 devolviéndolo a la realidad. La entrega de la libreta, la espera interminable. Los rostros de alivio a su alrededor y la fatalidad y el temblor en sus ojos al ver los colores que no mienten y que permanecen sobre la cartulina azul, por más que pase el dedo sobre los números una y otra vez.

El bullicio del fin de curso, la tarde que cae. La imagen de los techos de adobe que se van formando en el horizonte a cada paso. El recuerdo de su padre, la decepción de mamá. La correa zigzageando en el aire, agitándose como una serpiente y la mordida dura y dolorosa sobre el muslo, las manos, la cabeza, el corazón.

El llanto contenido, las explicaciones que no alcanzan, la decepción absoluta a pesar de sus esfuerzos; de estudiar hasta tarde a la luz de las velas, de aguantar la fiebre incontrolable, de soportar el hambre aprendida con el diario vivir.

La última caminata hasta su cuarto, escudriñar desde lo alto y observar lo mucho que falta por conseguir. Preparar el lazo, apretarlo fuerte, con rabia, lastimarse, buscando olvidar el verdadero dolor.
Caminar hasta el borde de la silla y enfrentar al péndulo que lo mira saltar sin titubeos;inexorable, derrotado, invencible.
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